La historia trata de un hombre, posiblemente judío, quien bajaba de Jerusalén camino a Jericó; ha sido asaltado, golpeado y dado por muerto, siendo abandonado a la orilla del camino.
Los oyentes sabían que aquel camino era un espacio propicio para que los asaltantes se mantuvieran al acecho de víctimas sin ser descubiertos.
El historiador judío Josefo lo nombra “El camino rojo o camino de sangre.”
Seguramente se cuestionó a este varón que ha sido asaltado por atreverse a ir por aquel camino con posesiones.
Aunque Levítico 19:18 y 34 es inclusivo respecto a quién es nuestro prójimo, lo común era que el poblado judío, manifestando una reacción exclusivista, asumiera que el prójimo era otra persona judía.
El sacerdote y el levita antepusieron las tradiciones religiosas (evitar acercarse a alguien que tal vez estuviera muerto) a las demandas que establece la ley sobre el cuidado y protección a nuestro prójimo.
Los judíos y los samaritanos eran enemigos ancestrales, a tal grado que una partera judía negaría su auxilio a una mujer samaritana, porque ésta traería un nuevo gentil al mundo.
De los samaritanos solo se esperaban acciones negativas y desagradables.
En el Antiguo Testamento se usa el concepto hebreo convicta (compañero, amigo vecino, igual, alguien cercano), relacionándolo con “otro,” empero dado el sentido de excepcionalidad en el cual solía caer el poblado judío, se centró en el hermano, o sea, el prójimo es otro judío o un prosélito circunciso.
De esta forma lo pudimos encontrar en Levítico 19:18, en donde se identifica al prójimo como “los hijos de tu poblado.” En el Nuevo Testamento se usa el concepto griego plésion (el que está cercano) y se amplía la cosmovisión: el prójimo por el momento no es exclusivamente mi hermano, ese a quien estoy unificado por vínculos de sangre o nacionalidad, sino todo ser humano que necesita mi ayuda.
De esta forma que nuestro prójimo es ese vecino incomodo ya que el perro ladra toda la noche, el compadre que critica una y otra vez nuestro funcionamiento, el empresario que despidió a nuestro pariente, la amiga que me sigue en cada fase de mi vida, el hijo que me da satisfacciones , etcétera.
Haz tú lo mismo
Esta manera de actuar nos deja bastante claro que para el sacerdote, el levita y tal vez además para un óptimo número de los oyentes de la parábola, la caridad estaba luego de la obligatoriedad, el ritual o la religiosidad.
Se acercó.
Esta acción podía haberle costado la vida si quien estaba tirado en el camino era un bandolero que se estaba realizando pasar por un herido para luego atacar al lado de sus cómplices.
Debemos estar atentos/as a las necesidades de los otros y dar nuestra ayuda, aunque el individuo necesitada se haya metido en líos por su propia culpa o imprudencia.
Proporciona ayuda de emergencia.
Además de hacerle saber que estaba ahí para apoyar y de brindarle tal vez un sorbo de agua, el samaritano aplicó aceite y vino en las heridas para evadir que se infectaran. No debemos perder de vista que lo cual el hambriento requiere en primer lugar es pan, el sediento requiere agua y el solitario, compañía, de esta forma que debería satisfacerse antes que nada la necesidad prioritaria y luego buscar otras maneras de coadyuvar con el individuo necesitada, de la misma forma que hizo el samaritano.
No encontró ni una necesidad.
Ser prójimo no significa fomentar el asistencialismo, sino que debemos reemplazar cada una de las necesidades de el individuo que estamos ayudando. No obstante, al principio le proporcionaremos lo elemental, y después le ayudaremos a buscar la manera de agenciarse lo cual requiere por su propia cuenta, sin dejar en ningún instante de brindarle nuestro apoyo, así sea con ideas, ayudando en cualquier trámite o proporcionándole un capital inicial para que gestione su plan de vida.
Se comprometió con la labor que comenzó.
Esto nos muestra que no entregó por concluida su labor con el hecho de saberlo seguro en el mesón, sino que se comprometió hasta el desenlace.
De esta forma tampoco nosotros mismos tenemos la posibilidad de sentirnos satisfechos por el sencilla hecho de haber paliado una necesidad, sino que debemos beneficiar a el individuo hasta que la sepamos madura y capaz de contribuir a otros.
El mensaje del Buen Samaritano es tener compasión por tus enemigos, y es posible que los enemigos sean buenos vecinos. En la parábola del Buen Samaritano, un hombre que se dirige desde Jerusalén a Jericho es atacado y robado, luego se deja en las calles para morir.
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