El nuestro es un mundo agitado y tecnológico.
Tal parece que el ajetreo de la vida y la intensidad de las actividades se han acelerado. Con razón hay tantas personas angustiadas, ansiosas y preocupadas.
La tensión de la vida diaria basta para matarnos.
Viajamos entre congestiones de tráfico; tratamos con gente carnal y agresiva; lidiamos con problemas económicos, sociales, personales y laborales. ¡Y sumemos a todo esto el estrés generado por la criminalidad y la violencia que imperan en nuestras ciudades y naciones!
¿Cómo reaccionan usted y su familia ante las presiones, las dificultades y las tensiones de la vida diaria? À los trastornos de ansiedad se les ha llamado "la epidemia silenciosa del siglo 21".
Según David Puchol Esparza, de la Universidad de Valencia, España: "Los trastornos de ansiedad son considerados como los trastornos mentales más prevalentes en la actualidad". Un amplio estudio nacional sobre la salud mental de los adolescentes en los Estados Unidos, reveló que aproximadamente el 8 por ciento de los jóvenes entre los 13 y los 18 años de edad padecen trastornos de ansiedad, con síntomas que comúnmente aparecen a la tierna edad de 6 años.
En los últimos años, la recesión mundial ha afectado a millones, si no a miles de millones, de personas. La mayoría hemos pasado por momentos duros en la vida.
¿Puede usted sobrevivir en tiempos difíciles?
La Biblia trae centenares de promesas del Dios Todopoderoso que nos llenan de ánimo, fe y bendiciones increíbles.
En el Evangelio de Mateo, Capítulo 24, Jesús predice la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 d. C. y también profetiza sobre el fin del mundo.
Los expertos difieren sobre a qué acontecimiento se refiere en diferentes puntos del texto.
Pero dejando a un margen los detalles, en Mateo 24 Jesús habla de lo que sucede en tiempos agitados y cómo deberían responder los cristianos.
Hace poco, uno de los versículos de este capítulo se me quedó clavado en la mente.
Jesús dice: “Por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (24:12).
En otras palabras, los momentos difíciles pueden hacer que se enfríe la llama de la caridad en nuestros corazones,
Jesús continúa: “Pero el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (24:13).
¿El que persevere en qué?
En el amor.
El que persevere en el amor será salvado.
Dios nos pide, incluso cuando vivimos tiempos de desacuerdo, difíciles y revueltos, que perseveremos en el amor.
Es obra del diablo que la palabra “amor” suene tan “cursi” hoy en día. Cuando la gente escucha una exhortación en favor del amor a menudo responden enojados insistiendo en la necesidad de ser sensatos.
Necesitamos protegernos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos.
Tenemos que luchar contra el mal y proclamar la verdad desde las azoteas.
Cierto.
Pero entonces, ¿de qué forma saber cómo es el auténtico amor?
El amor real, el amor ágape, es como Jesús.
Jesús no era un “cursi”. Él hablaba con la verdad por delante. Ponía a todo el mundo incómodo.
Pero también compartía la comida con los pecadores y les invitaba a seguirle. Interactuó y debatió con los escribas y los fariseos, hasta su amargo final.
No se rindió y se marchó, tampoco les arrojó piedras desde lejos. Jesús se acercó a sus enemigos. Nunca se daba por vencido, sin importar la vehemencia o la intensidad con la que discrepara del punto de vista de otra persona.
Jesús se mezcló con sus “enemigos”. Permitió que Judas siguiera en su círculo más cercano hasta el último momento de su traición.
Lo hizo, presuntamente, porque es lo que haría un cristiano de verdad, pero también porque quería demostrarnos que nuestro amor debería extenderse a los demás hasta que no haya vuelta atrás, hasta el último momento.
Jesús fue el ejemplo de cómo responder ante las difíciles circunstancias derivadas de su llamamiento al amor a nuestros enemigos.
Lo hizo para mostrarnos que nuestro amor, enraizado al amor de Cristo, puede tener un papel fundamental a la hora de convertir a los enemigos en amigos de Dios.
Cuando nuestro amor se enfría en la presencia de la maldad, nos convertimos en el mismo mal que despreciamos, el mismo mal que Dios detesta.
Pero Dios no quiere que nos convirtamos en el mal que Él aborrece, incluso si esto sucede en el mismo proceso de lucha contra el mal. Jesús quiere que seamos como él.
Así que avivemos las llamas de nuestro amor cristiano haciendo exactamente lo contrario a lo que nos dice nuestro instinto humano: amar a nuestros enemigos.







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